Neruda, que tanto escribió sobre el amor, también se enfrentó al temor (extracto de “Tengo Miedo”):
“Tengo miedo. La tarde es gris y la tristeza
del cielo se abre como una boca de muerto.
Tiene mi corazón un llanto de princesa
olvidada en el fondo de un palacio desierto.Tengo miedo -Y me siento tan cansado y pequeño
que reflojo la tarde sin meditar en ella.
(En mi cabeza enferma no ha de caber un sueño
así como en el cielo no ha cabido una estrella.)
….
Y la muerte del mundo cae sobre mi vida.”
Leí un artículo sobre una veinteañera venezolana afincada en NYC, artista en desarrollo, que se lanzó a luchar contra sus miedos. Como hoy todo es virtual y compartible, la joven –Michelle Poler- está desarrollando un reto de combatir sus cien miedos en cien días, abordándolos, enfrentándolos, asumiéndolos (“100 days without fear”).
Me pareció gracioso y le di una vuelta a la “web”. Todavía le quedan como la mitad de los “miedos” por enfrentar, que van desde dejarse abrazar por una “boa constrictor” algo descafeinada, jugarse el tipo haciendo “Rolling” por las calzadas de NYC, o hablar en público. En fin, cada edad tiene sus congojas.
Me gustó el concepto que subyace: “El miedo es el flujo contrario a la necesidad. Junto a cualquier necesidad, existe un miedo a perderla o no obtenerla”. Son “vectores de fuerza” que tiran de ti en direcciones contrarias. El miedo puede atenazarte, impedirte vivir, despedirte de experiencias, robarte oportunidades, vivencias. Puede manejar tu vida.
En tantas conversaciones surgen los miedos. Está quién teme aceptar una oportunidad laboral que implica cierto riesgo, aunque el beneficio a medio plazo pudiera ser diferencial. Me hablan de “seguridad”, de “incertidumbre”, de “dificultad del mercado laboral”.
Está quién no se atreve a cambiar de pareja, como dice un buen amigo “cambiar de pareja, ¿para qué? El mismo infierno con distinto demonio”. Mucho podríamos debatir. Hoy no toca, los demonios estamos calmados.
Miedo a cambiar de país, a emprender un proyecto, a cambiar de ámbito de desarrollo profesional, recelo a desarrollar la vocación que cada uno tiene, temor a aceptar una nueva posición en la misma empresa y distinta región; a que nos echen, a que nos dejen, a perder lo material, a quedarnos solos, a que averigüen que somos débiles, que no somos perfectos… ¡son tantos!
Los miedos en la etapa infantil son un fenómeno habitual, y se consideran fruto de un valor adaptativo para la especie. Los niños, a partir de 6 meses, sienten “sensaciones desagradables” respecto a situaciones de peligro potencial (ciertos animales, sitios oscuros, la altura, etc) que cumplen una función de “supervivencia”. Se consideran miedos programados genéticamente, y denota madurez del bebé.
Cuando el miedo no responde a ninguna causa real de peligro potencial, o se sobrevaloran las posibles consecuencias, el miedo puede condicionar la vida del infante y su evolución.
Me costaría encontrar 100 miedos en mi vida actual. Soslayando eso tan íntimo que nos amedranta y atenaza, la incertidumbre de cuándo vamos a irnos de este paraíso –sí, sí, este mundo me sigue pareciendo un vergel deseable-, y de que encima el mundo se olvide de nosotros, hace tiempo que expulsé de mi mente la mayoría de recelos.
Reconozco que no me encantan las montañas rusas, ni las “tirolinas”, ni sueño en lanzarme en paracaídas. Asumo que me inquieto por equivocarme. Pero no tengo miedo a perder nada material, ya pasé por ahí, y sé que puedo recuperar lo que me convenga. Solo tiemblo por perder mi fuerza de voluntad, o mi razón.
Ante una oportunidad, una necesidad o cambio, la prudencia, la prevención, son los rasgos que permiten analizar la posibilidad de forma razonable, y discernir la mejor opción a tomar. Hay que separar los hechos reales de las posibilidades, y controlar una imaginación desbocada.
El sabio balance de coste respecto beneficio ayuda a valorar la opción. Uno toma las decisiones en base a su capacidad de análisis, a su experiencia y a la información que dispone en cada momento. Hay que arriesgarse un poco, o mucho.
El miedo es irracional, imposibilita, ahoga. El miedo solo es pérdida.
Juan Sin Miedo (cuento de Grimm de nuestra infancia) consiguió a la princesa del palacio encantado, quizás la que lloraba en su palacio desierto antes de que llegara él. Los demás, ni pasaron de la puerta.
En esos dos “vectores” enfrentados, necesidad o deseo y miedo, siempre apuesto por el deseo, que me permite disfrutar con intensidad, vivir en libertad, degustando, por ejemplo, este último verso de Neruda:
Estoy mirando, oyendo, con la mitad del alma en el mar y la mitad del alma en la tierra, y con las dos mitades del alma miro el mundo.
El mundo es de los valientes.