Cuando llegué a Madrid, primavera del 95, no conocía casi a nadie. Me sobraban todos los dedos de una mano para contar los amigos.
Me vine con ilusión por ampliar horizontes. Nunca he sido de sorber con pajita, yo soy de los que devoran la vida a bocados, o se beben la copa de vino de un solo trago.
Los primeros meses no fueron fáciles; No encontraba con quién irme al cine o tomarme una pizza los domingos. Una buena amiga de mi otra ciudad, me insistía en que buscara contactos de “chicos que buscan chica para una relación seria” en las revistas de ocio de aquéllos tiempos. Incluso llegó a escribir en mi nombre. Casi la mato. Aunque valoré su cariño.
Cómo ha cambiado el cuento. Hoy tenemos decenas o cientos de amigos en Facebook. Son relaciones virtuales, que nos permiten sentirnos “acompañados”, compartir ideas o momentos. Parece que les importamos.
Las herramientas de mensajería –wassup – facilitan la comunicación –dicen-, nos interrumpen de forma constante, amenizan las comidas familiares, invaden las horas de descanso. Lo curioso es que cualquier conocido que tiene tus datos de contacto te remite ideas sucintas, rápidas, reclamando tu respuesta inmediata. Bailan los “emoticonos” para compensar la falta de emoción, de realidad.
En auge también están las plataformas de contactos. Aunque algunas siguen apostando por “chico busca chica para relación seria”, la última generación que triunfa entre treintañeros son las de “búsqueda de sexo casual con desconocidos”. Lo que suele ser un “aquí te pillo”.
Debo hacerme mayor, porque me sorprende el éxito que tienen. Nos da miedo hacer “auto stop”, volver solas a casa por la noche, pero somos capaces de quedar con alguien para intercambiar fluidos y bacterias sin mediar comentario alguno.
Me he desviado. Yo empecé contando que llegué a Madrid en el 95. Ahí me convertí en catalana “errante”.
Está siendo difícil ser y sentirse catalán. Aquí, vivo en la necesidad de ir contando ciertos sentimientos, compartir la cultura o idiosincrasia que percibimos los catalanes, justificar en cierta medida, y también asumir responsabilidades sobre cómo ha evolucionado la última década en cuanto a manipulación mediática.
A los de allí, les re-discuto (muchas veces) la mayor parte de los datos que me brindan, y les pido que piensen en unión, no en diferencias. Complicado. En un par de ocasiones la conversación se ha tornado en ofensa –y yo no soy inocente-.
Tanta discusión me ha tenido muy alterada. Muchas emociones, que me cuesta entender.
No me importa lo que opinen los desconocidos. Me leo los comentarios de los “anti sistema” de la CUP, y casi me parto de la risa, si no fuera por la trascendencia de la coyuntura. No pretendo que me entiendan. Compartimos universo y poco más. Les siento como “marcianos”.
Me impacta mucho lo que opinan mis seres queridos. Me cuesta aceptar que, en un aspecto tan trascendente, mi familia no opine lo mismo que yo.
Pienso que cada uno tiene unas vivencias muy dispares, y eso va tamizando nuestro entendimiento, nuestra razón. Pero me afecta, me altera. Y me cabreo.
Reflexiono que todo enfado es una clara demostración de impotencia. Es una declaración de incapacidad de controlar algo o alguien. Que no logro imponer mi criterio. Y pensé en escribir esto para pedir disculpas a los que ofendí. Sé que soy testaruda.
Será que el inicio del otoño –este frío repentino- me conmueve. Quizás –como dije hace poco- con la edad me vuelvo menos tolerante, y quiero imponer mi opinión. Quizás sí estoy mayor, y pierdo mi libido, porque no me apetece tener encuentros fugaces con desconocidos. Y me encanta contar historias de hace muchos años, y las siento como si fueran ayer.
En la radio sonaba Fiti, le escucho mucho, ya que somos coetáneos, y me dio la clave:
“Todo llega y todo pasa como un espejismo
Todos fuimos garabatos de nosotros mismos
Lo que queda en la mirada no es que esté escondido
Pero hay cosas que sólo se ven si pasas cerca del abismo”
El ser “errante”, en ocasiones la soledad, me permitió valorar lo que tuve y lo que gané. Hay que vivir experiencias, conocer lugares, descubrir culturas. Por eso sé que tengo la razón. Al menos la mía.