Cuando ya nos terminábamos la botella de vino, empezó a despotricar de un colega. “Se le sale el hombro”, – sentenció- “y no nos avisó”.
A mí, que la montaña me chifla, pero hasta un cierto grado de inclinación, que sea viable con un bastón de apoyo, y sin riesgo alguno, me costó entenderle.
Luego, mi amigo E. empezó con el relato –sucinto, breve, muy del norte el chaval-, de una escalada entre tres amigos, en la misma cordada. En un tramo de cierta verticalidad, a uno de los colegas se le salió el hombro. Y se quedó colgando, sin poder agarrarse, a merced de los otros dos que le sujetaban.
Parece ser que no era la primera vez, y el tipo consiguió, -se supone que con dolor y maña-, colocarse de nuevo el hombro, tras casi una hora de reloj de intentarlo. Los otros dos, estuvieron sujetando el peso del colega, con entereza y agotamiento.
Luego le reprocharon la falta de aviso. Si vas a compartir cordada, tienes que ser honesto y comprometido. No debes poner en riesgo a los compañeros.
Ahí, ya degustando el licor que acompaña a las tejas en todo restaurante castizo que se precie, empezamos a divagar sobre con quién debe uno –o no- liarse en la cordada.
En la ascensión a una montaña, tus compañeros pueden salvarte la vida, literalmente. Su tú te caes, ellos te sostienen. Si alguno se cae, puede arrastrarte al vacío.
No sé con quién me ataría en una misma cuerda. Por supuesto, buscaría compañeros que fueran fuertes físicamente, para sostenerme si resbalo; pero ligeros, por si tengo que aguantarles yo.
Escogería a alguien racional, con entereza, que no se amilane ante el dolor. Que sea generoso, comprometido, disciplinado. Si miro a mi alrededor, y suponiendo que todos estuviéramos en forma física para escalar… ¿a quién escogerías en tu cordada?
Mi amigo me recomienda libros, y le doy una ojeada a “Tocando el vacío” de Joe Simpson (publicado en 1992), que relata la historia –real-, de la ascensión a Siula Grande, monte –con glaciar- escarpado y peligroso de la cordillera en Perú.
El autor –Joe- asciende con un colega –Simon-. Ni idea de cómo se conocieron y de cuánto se valoraron mutuamente para decidir unirse en dicha experiencia.
Tras diversos avatares, debilitados, en la bajada Joe se rompe la pierna, por debajo de la rodilla. Se cree sentenciado, pero Simon se niega a abandonarle, y le propone una alternativa para descender por la ladera del glaciar, en base a atar las dos cuerdas que tienen, descolgar a Joe en tramos de 100m y reunirse con él.
Cuando están por llegar cerca del glaciar, no tienen visibilidad suficiente, y lo que creían una ladera se torna en precipicio. Joe se queda colgando, y Simon se debate entre soltarle y tener una oportunidad de vida, o seguirle al vacío. Opta por cortar la cuerda, y realizar una bajada segura. Qué decisión más jodida. O no.
Contra toda probabilidad, Joe rueda metros y metros, pero una grieta en el hielo detiene su caída, y consigue arrastrarse durante tres días, y salvarse. Ya imagino a Di Caprio en la película, pero sucedió en la realidad.
La historia, como muchas en la montaña, transmite angustia, entereza, incertidumbre, tensión, decisiones al límite, fuerza interior.
Hace años, en unas vacaciones de verano con amigos, en “trekking light” por las montañas del norte de Tailandia, se nos acercaba la noche y no parecía que tuviéramos ritmo para llegar en la luz del día al refugio. El guía se cabreaba con el grupo y nos arreciaba a acelerar –menudo carácter tenía el local-. Yo tomé la directa, entendiendo sus instrucciones, dejando atrás a los más lentos. Desde entonces, mis amigos me tachan de individualista, mil veces me lo han recordado.
No sé si soy buena compañera de cordada, en lo físico, tengo un fuerte instinto de supervivencia. Quizás apoyo más en lo emocional. Nunca me gustaron las convenciones sociales, disfruto de la libertad.
En los avatares que nos van sucediendo en el día a día: pérdida de trabajos, divorcios, problemas económicos, enfermedades, lo que sea… uno va valorando si los compañeros de cordada te sostienen, tiran de ti hacia arriba. Hay que cribar. Vamos soltamos lastre, y nos acercamos con intensidad a quiénes nos generan confianza.
Lo bello –como dirían mis amigas del cono sur- , es encontrar quién se ate a ti. No sé yo qué decirte.