Hace unas semanas, me arrastraron a una función de “El Mago Pop”. Es un chaval enjuto, de mirada intensa, con aspecto de adolescente eterno. Su magia es un continuo de ilusión, creatividad, cercanía. Lo vive y lo disfruta. Te contagia.
En un tramo del espectáculo, El Mago preguntó a qué momento de nuestra vida pasada nos gustaría volver, para revivir una emoción. Y él –como ejemplo- se “tele transportó” en el tiempo a la escena de su primer beso. Ternura, pasión.
Me quedé en blanco. Desde entonces sigo pensando cuál es ese momento especial, esa pasión que quiero revivir. Y no doy con ello. O son demasiados.
Intento recordar las emociones intensas de esos años adolescentes y jóvenes, de descubrimientos constantes. Ninguna es más especial que las demás. Creo que disfrutaba más con la montaña rusa de mis sentimientos, que con los primeros besos.
Mis sensaciones siempre van ligadas a la música. Esos años, atesoraba los “cassettes” donde Mecano cantaba, por ejemplo, “amar es el empiece de la palabra amargura”, y para mí era el “credo”, y no podía imaginar que existen rosas sin espinas, y que las pasiones no conllevan intrínsecamente un sufrimiento.
Por suerte, fui aprendiendo que las pasiones no son constantes, duran lo que duran, independientemente del uso intensivo de las mismas y sin tener asegurado un “retorno” de la emoción invertida.
Todos hemos vivido pasiones carnales. Son deseos puntuales. Casi como devorar un helado cremoso con triple capa de chocolate. En cuanto te sacias, desaparece el anhelo, e incluso en ocasiones te sientes culpable –el chocolate engorda-.
Luego están las pasiones amorosas. Vaivenes que te invaden cuando crees haber encontrado quién cuadra con tu “ideal”, la pieza que va encajando en tu ilusión de vida.
Como dijo Mafalda (que estos días cumple 54 años de edad –le debo tanto-) “Difícil olvidar un gran amor? Naaa…Difícil es andar sin plata”. Quién no ha olvidado unos cuantos.
Luego hay otros tipos de pasión.
Este fin de semana, Garbiñe Muguruza lloraba en el suelo de Indian Wells porque perdía –de mucho- con otra tenista, y repetía “no quiero jugar más”. Sentí lástima. Sólo tiene 22 años, y su pasión se ha convertido en una obligación y una fuente de angustia.
Yo sigo creyendo en la pasión como motor para respirar en cada minuto. Esa ilusión, entusiasmo, deseo, que te genera una energía diferencial para afrontar cualquier impedimento.
Una tendencia actual es relacionar la pasión como elemento crítico en el equipo que conforma una “start-up”. Leo en un artículo de Forbes (George Deeb “the top 4 reasons passion drives startup success”) que reafirma la pasión como factor que genera a creer con fuerza en una idea de negocio, a motivarte hasta la extenuación ante las dificultades, a conseguir la lealtad del equipo….
Creo que uno puede sentir pasión –o no- en una startup, en una multinacional, en una ONG, o en la charcutería de la esquina. Sí considero que es fundamental para luchar y sobreponerse a inconvenientes. Ahora bien, el exceso de pasión puede nublar la racionalidad y conducirte a una obcecación que te aboca al fracaso.
Tenemos sueños, ilusión por trascender, por ser distintos, por hacer algo grande. Lo que nos apasiona. Y el convencimiento de que podemos lograrlo, el aire que insufla la llama de la pasión.
Cuando vivimos en esa emoción, y logramos contagiarlo a nuestro equipo, andar en la misma dirección, compartir la ilusión, es un equipo con alta probabilidad de éxito.
Una de las viñetas de mi Mafalda dice “Hay mujeres tan complicadas que cuando se les aparece el príncipe azul, no es el tono de azul que querían”.
Es decir, ¿existen las pasiones? Quizás, como dijo Oscar Wilde:
“La única diferencia entre un capricho y una pasión eterna es que el capricho suele durar algo más”.