No es lo mismo terminar una comida con una copita de intenso aguardiente, de los que emocionan hormonas y liberan pensamientos recónditos, que hacerlo con un café caliente y amargo.
Cómo será que un producto tan caribeño como el café –tinto– de Colombia, nos orienta la charla al trabajo, a la política –con o sin corrupción- o a la economía. Y en cambio, un buen whisky escocés nos abre a risas y cierto desenfreno.
Y en la sobremesa con un amiguete, -J.-, ingenioso, divertido, me suelta que las empresas no buscan talento, sino docilidad, sumisión.
Lo primero que me surge es que ambas palabras son femeninas. Curioso. Pienso en buscar una plataforma que reivindique el cambio de género de ambas. Me relajo al darme cuenta de que sometimiento y acato son vocablos masculinos. Estamos en igualdad.
Le miro de reojo, valorando si le digo que él tiene talento –mucho-, y cierta falta de asertividad que le convierte en personaje incómodo en las organizaciones.
Algunas multinacionales que han aglutinado órganos de gestión a niveles regionales –hubs de decisión-, requieren en países menos relevantes para ellos, como es España, profesionales jóvenes, para ejecutar, y esperan de ellos sumisión que facilita la supervisión.
Ciertas compañías gestionadas de modo muy directo por la propiedad, valoran también la docilidad de los ejecutivos, y castigan a quienes tienen iniciativas que difieren del modelo operativo definido. Empobrecimiento claro.
La mayor parte de profesionales que encuentro, me comentan que desean tener “impacto” en sus roles, en su desempeño. Pocas cosas motivan tanto como conseguir resultados con tus grados de libertad.
Para sentirte libre, no ser sumiso, necesitas tener criterio, juicio en tus decisiones. Y ello se consigue en base de un razonamiento metódico, lógico, que contemple tu experiencia.
Si vives en un entorno de sometimiento, no podrás tomar decisiones y no aprendes de ellas. Es más, aceptas como válido el juicio de otra persona, afectando a tu autoestima. Quién tiene criterio, quién aporta valor, cuestiona todas las realidades y las diferentes opciones.
Siempre he sentido rechazo ante las imposiciones de criterio ajeno. Sólo las he aceptado por miedo o por pereza, por no discutir. Y a largo plazo, siempre me he arrepentido de ello.
Cuando me enfrento a cualquier decisión, escojo analizarla de forma racional o emocional, aunque suele ser un mix de ambos enfoques. Si se trata de aspectos económicos, puramente profesionales, limito la emocionalidad en el enfoque, que podría desvirtuar el resultado. Me sorprende la cantidad de profesionales que entremezclan ambas sin medida.
Vuelvo a la discusión de café con J., y le respondo que hay un acrónimo usado para representar el talento: RAW; obviamente, en inglés.
La R de “Rewarding”; determina que una persona con “talento” para una organización tiene que ser agradable trabajar con ella. Por sus características personales, capacidad de comunicación, sociabilidad, equilibrio.
La A de “Able”, puesto que los buenos profesionales son más capaces de aprender, de juzgar con criterio, de desarrollarse.
Y la W de “Willing”, puesto que son personas con interés en trabajar duro, esforzarse.
Le comento a J., que en la “R”, se valora que el ejecutivo tenga juicio, pero un buen nivel de asertividad para comunicar de la forma adecuada con su entorno. No hablamos de docilidad, pero si de influencia, de relación. No se trata de no cuestionar el orden establecido, sino de hacerlo de la forma adecuada. Ojo, que a mí me cuesta mucho.
Qué difícil manejar los miedos, egos, angustias de todos los que componemos una organización.
J. se me revuelve, y me cuestiona si le considero una persona complicada. Ahí deseo de nuevo haberme tomado una copita, que me ayuda en estas preguntas. Y le sonrío cálidamente: en absoluto; eres un tipo inteligente, comprometido, con criterio y experiencia. El resto de comentarios se atascan en mi garganta; ¿para qué? Si sólo es mi opinión.
Y tarareo una canción de Fito de 2003:
“Voy mirándome en los charcos
Ya no necesito espejo
Sé que soy mucho más guapo
Cuando no me siento feo”.
La verdad, no siempre nos hace libres. Y J. se despide tan contento. Se siente más guapo.