En tiempos de desolación nunca hacer mudanza. Es una frase de S. Ignacio de Loyola, primer jesuita. Llama desolación a la oscuridad del alma, la turbación, desesperanza. Y sigue: “Más estar firme y constante en los propósitos y determinación”.
En estas últimas semanas, he tenido una voluntad cimbreante entre mantener el silencio -para no herir sensibilidades-, o manifestarme –no sé muy bien para qué-. Demasiadas opiniones, mensajes, artículos, imágenes.
Cuando me defino, suelo escribir lo de “corazón compartido entre Cataluña, por nacimiento, y Madrid, por adopción”.
Me vine a Madrid, hace más de 20 años, persiguiendo oportunidades laborales –mi empresa tenía exceso de talento en Barcelona en un área donde justamente escaseaba en Madrid-. Me costó unos pocos meses adaptarme, encontrar amigos con quiénes hacer planes, organizar mi tiempo aquí. Madrid es una ciudad abierta, con mucha vida. No suele importar de dónde vienes. Construyes relaciones con facilidad, variadas en intensidad, interés y contenido.
El devenir me llevó a desatender –la escasez de tiempo, la distancia física, o más bien las prioridades que uno va decidiendo- a los amigos de mi tierra natal. A veces incluso a la familia. Uno va filtrando, olvidando llamadas en Navidad, evitando encuentros en verano. Será pereza, o quizás evolucionamos por caminos diferentes. Eso sí, los que se mantienen, son realmente íntimos, muy intensos en cariño, aunque con pocas ocasiones de compartir.
En estas largas e intensas semanas alrededor del 1 O, del movimiento independentista, he sentido angustia física, impotencia, desolación. Sensibilidad a flor de piel.
Partimos de pensamientos o ideas muy distintas, que se han consolidado en emociones y sentimientos distantes. Eso sí, aunque tenemos orígenes diversos y opiniones encontradas, todos hemos llegado al mismo puerto: al del odio y la tristeza. No sé en qué orden e intensidad.
Creo que no hay persona en este país que no haya expresado su opinión sobre el origen y la evolución de este caos. No voy a contribuir a ello hoy.
Quiero contar, que en una de las primeras tensiones familiares, por probabilidad hay primos de uno y otro color, -y los que no se manifiestan-, una de mis primas se rebotó y abandonó el foro. ¿Somos familia? Pensé en llamarla unos días “tras la tormenta”, y ya hace más de un mes. No me siento orgullosa, más bien al contrario.
Con mi hermana –sólo somos dos-, por quién daría un riñón, e incluso parte del hígado, no hablamos del “tema”. No sé si nos falta confianza o nos sobra cordura.
Mi amiga de la infancia –Margarita, hemos crecido desde que llevábamos pañales-, está también silenciosa. Hace bien, sabe que soy vehemente, apasionada, y hay que evitar discutir. Volveremos al diálogo.
Hace unos días, abruptamente, me despedí del foro de colegas universitarios. Me sentía incómoda, lejana. Debió molestarles – o no- porque sólo un par de ellos me contactaron para preguntar. Eso me duele menos. Al fin y al cabo, no tenemos vínculos intensos. Fue bonito mientras duró.
Me resuenan en el oído –y en el corazón- las palabras de Montse –amiga, ejemplo de cordura, serenidad y sentido común- en una cena hace un par de semanas. Hay una desafección enorme, falta de apego, lejanía. No nos sentimos queridos.
Más que una falta de afecto, yo lo percibo como una actitud xenófoba.
Me comprometí a contarle por qué yo sí me siento querida, como catalana en Madrid. Y no he sido capaz. El amor es complicado. No se trata de palabras, sino de hechos. Hay que esforzarse en amar, y en sentirse amado. Un trabajo continuado.
Si algo he aprendido del amor en todos estos años, es que requiere de confianza y comunicación. Y paciencia. Por ambas partes. ¡Y eso que me ha costado aprender!
En esa cena –con “cacerolada” de fondo durante un ratito- pasamos de los tópicos politiqueros a las personas. Cada una dio su opinión sobre esta historia, y luego nos pusimos al día de cotilleos mundanos. Líos de oficina, divorcios, lo habitual. Como en cualquier otra cena de amigas. Me sentí muy bien.
En este proceso, he sentido pasiones negativas por desconocidos que promueven ideas que me resultan distantes, contrarias. Es más, todavía me generan profundo resentimiento. Pero las personas, mi familia, mis amigos, están por encima de todo. Hay amores que son eternos. Como siga así de cursi, me veo en un escenario con Iceta cantando Paraules d’Amor. Yo de Freddy Mercury me sé muy pocas.