Me siento en muchas ocasiones tal Jesús Quintero – El loco de la colina-, en esa táctica tan suya de callarse, y dejar que el de enfrente se enmarañe solito en su madeja de ideas. No falla. Es tan difícil aguantar los silencios.
Hace unos días, empecé a pintar palotes en el borde de mi cuaderno, cada vez que mi contertulio/entrevistado lanzaba la palabra “yo”. No se oía otra cosa en la sala. Yo hago, yo pienso, yo desarrollo, yo consigo. Me quedé sin espacio para rayar. Me estaba agobiando.
Afiné el oído, porque los narcisistas dan bien en las entrevistas. Convencen. Son capaces de transmitir con credibilidad sus altas habilidades –tal como ellos lo perciben-.
Recordé haber leído que entre el 50 y el 75% de los narcisistas diagnosticados son hombres. Ahí lo dejo.
Para los narcisistas el mundo se rige y debe obedecer a sus propios puntos de vista, los cuales considera irrebatibles, infalibles. Su necesidad de reconocimiento anula su raciocinio. Suelen rodearse en equipos de personas inferiores en capacidades, que no les hagan sombra.
En las entrevistas, procuro tener presente algunos de los consejos de Chamorro-Premuzic (CEO de Hogan). Es difícil juzgar los talentos de un directivo en una entrevista relativamente corta, en una primera interacción. Chamorro dice que hay solo un 4% de correlación –“overlap”- entre las valoración que se hace a los entrevistados y a su rendimiento posterior.
Ello se debe a que nos confundimos en la valoración. Uno de los aspectos relevantes es diferenciar entra extroversión y capacidades sociales. El perfil simpático, abierto, fácil, no tiene por qué ser capaz de desarrollar relaciones sociales apropiadas a nivel profesional en distintas culturas.
También está la ya comentada diferencia entre la confianza y las competencias. Las personas que muestran un alto nivel de autoconfianza (por ejemplo, los narcisistas), convencen a los entrevistadores de sus capacidades, más que los que reflejan inseguridad o humildad. Lo cual, perjudica a las mujeres, que, habitualmente, son más humildes en la venta de sus logros.
Por último, otro eje de distorsión es la confusión habitual entre carisma y liderazgo. Una persona carismática es la que genera encanto, emoción, magnetismo. Es una cualidad relacionada con la imagen y la capacidad de comunicación.
En política, tenemos claros ejemplos de perfiles carismáticos, que son capaces de convencer a las masas, de generar emoción, pero no son buenos líderes.
Un líder es quien tiene buen juicio, visión, y habilidad para generar equipos efectivos.
En la reciente crisis, hemos sufrido políticos carismáticos con bajo liderazgo, escaso juicio y visión para resolver la grave coyuntura.
Las personas solo nos dejamos influir por el carisma de un personaje cuando compartimos principios, valores; o bien cuando no tenemos pensamientos rotundos sobre un tema, y somos susceptibles a una manipulación. Por ejemplo, de mensajes supremacistas, también habitual en estos días.
Como ya voy siendo “perro viejo” en esto de entrevistar, no me dejo seducir por quién habla mucho.
Valoro al profesional que es capaz de concretar, de dar datos, indicadores, que ratifican sus resultados, lo que hizo. Me encanta quién demuestra con ejemplos su capacidad de aprender, de liderar cambios, equipos. Obras son amores y no buenas razones.
Esto no va de intuición. Va de datos. De prestar atención, con rigurosidad.
No va de prisas. Todos tenemos aristas, que dejamos al aire cuando bajamos la guardia. Va de respeto, honestidad.
Uno vale para lo que vale. Hay que entenderlo, asumirlo, explotarlo. Yo jamás voy a ser bailarina de ballet clásico. Lo tengo claro.
Los factores que inciden en la empleabilidad de un directivo son su valor como profesional (experiencia, impacto en su entorno, versatilidad…), el ciclo económico que afecta a la demanda de talento (hay sectores o funciones en clara recesión y otros en expansión) y la red de contactos.
No hay dos personas iguales.
El lunes, comiendo con una querida amiga, me contó que había empezado a colaborar con una ONG. Me dijo “tengo mucho amor por dar”. Y le pregunté “¿y por recibir?”. Será que me vuelvo egoísta, que me contaminan los narcisos, pero estoy más por recibir. Como somos las mujeres.