Ayer en una charla, un compañero me comentó que en una reciente encuesta en USA, –ahí valoran y analizan cualquier tema-, concluyeron que los hombres casados cuya esposa no trabajaba y se dedicaba al hogar, se sentían más felices que aquéllos que compartían vida con una mujer profesional.
Tampoco es una novedad. Tras mis largos años de consultoría, con un porcentaje muy alto de “compañeros”, reconozco que para muchos, resulta muy cómodo delegar la responsabilidad del hogar y la familia en alguien. Claro, a mí también me encantaría tener quién me resolviera papeles, cuitas domésticas o logísticas. Compaginar una profesión y responsabilidades personales ocasiona tensión, si la profesión es altamente demandante.
Dice la religión –judía, cristiana o musulmana-, que Adán fue creado primero, y luego, para que no estuviera solo, Dios decidió crear una compañera, partiendo de la costilla de Adán. Según algunos comentaristas, eso indica que la mujer debe estar siempre al lado del hombre.
Dejando aparte la mitología o teología, está claro que hombre y mujer somos distintos morfológicamente, y que cumplimos roles complementarios en el ciclo reproductivo. Obviando los estudios que cuentan que utilizamos con distinta intensidad las zonas cerebrales, racionalmente tenemos una capacidad igual. Más o menos.
En las Universidades, el porcentaje de alumnos con éxito es parecido en ambos sexos. Cuando empezamos una carrera profesional, -en consultoría medíamos la progresión de ambos grupos en los primeros años- el rendimiento es idéntico.
La disyuntiva tiene íntima relación con la maternidad, ese don del que gozamos las féminas. El embarazo impacta físicamente en la mujer. Algunas no tienen problemas en los famosos 9 meses, y otras necesitan reposo casi desde el inicio.
Eso no es el quid de la cuestión. Resulta una incógnita saber cómo vuelve –emocionalmente- al trabajo, una mujer profesional cuando asume la maternidad por primera vez.
Las responsabilidades logísticas se acrecientan, y hay que reorganizarse para cumplir con las antiguas tareas –las profesionales- y las nuevas del hogar ampliado –el bebé-. Es famoso el síndrome de culpabilidad, por no dedicar el 100% de atención o capacidad intelectual a la profesión, o no ser una madre perfecta que se ocupa personalmente de todos los detalles del hogar. Pero Adán no se siente culpable, como mucho, agobiado. Eso sí, como se supone “cazador –proveedor” principal de la cueva, se focaliza en el trabajo, pues se supone que es su responsabilidad primaria. ¿Cultura? ¿Genética?
Para que la maternidad no ralentice la carrera de Eva, es fundamental: compartir la responsabilidad con Adán a porcentajes equilibrados, disponer de un soporte logístico fiable –abuelos, “cuidadores”- y recordarse cada día que los niños que hemos tenido madres trabajadoras no tenemos traumas, sino buenos ejemplos.
Eso sí, si escogiste un Adán tradicional-cazador, que no quiere compartir la responsabilidad, date por perdida. No le puedes pedir a la empresa la igualdad que no tienes en el hogar.
Y como dijo recientemente Mónica Oriol –estoy totalmente de acuerdo-, un estado “excesivamente protector” dificulta la progresión de la mujer en el mundo de los negocios.
Las decisiones en este camino son a la vez familiares y muy personales. Cada una es responsable de su vida y su evolución.
Si tienes una profesión con ritmo de desarrollo pausado – profesor, enfermera,… – puedes recuperar fácilmente tu nivel aunque te “descuelgues” un tiempo.
Si escogiste una profesión con ritmo rápido de progresión –consultoría, función comercial o financiera, marketing – te va a costar retomar el nivel si abandonas un cierto tiempo.
Hay muchas posibilidades. Conviene analizarlas pensando hacía dónde conduce cada una. Hace tiempo, una compañera brillante dejó –por unos años, dijo- su posición, para facilitar la carrera de su Adán. Al cabo del tiempo el mozo se buscó a otra Eva, y la dejó, regateándole en la pensión. Y ahí, la colega está esforzándose en retomar su nivel. Hay casos de todos los colores.
Que conste que conozco esposos generosos y comprensivos que ayudan a sus parejas para que sean felices desarrollando una profesión.
Yo no soy partidaria de las cuotas. El “Business” ha estado manejado durante décadas por hombres, que han definido una dinámica de actuación. Hay que entender la relevancia de “saber venderse”, de “saber pedir una promoción o una nueva posición” o “relacionarse”. Ahí nos queda por mejorar. Habrá que llegar primero, luego ya vemos si la dinámica cambia.
Cuando haya un flujo constante y abundante de mujeres directivas, habrá más igualdad en los consejos, por ejemplo, de forma natural.
Eva comió el fruto prohibido para conseguir sabiduría –era el Árbol del Conocimiento-, y luego se lo ofreció a Adán, y él también comió. Y de ahí, pasaron a sufrir las cargas que todos los adultos afrontamos, trabajar para ganarse la vida y ser padres.
El “Edén” es la infancia, la inocencia. Cuando una se hace adulto –come del fruto del Árbol del Conocimiento- debe afrontar la realidad, esforzarse, y buscar al Adán adecuado para compartir la manzana. A mí es que siempre me han gustado un pelín rústicos.
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