Puri Paniagua

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Las alegres moiras

15 diciembre, 2015 1 comentario

Lo mejor de la Navidad son los cuentos, que siempre terminan bien. En todas las películas navideñas sucede un Milagro. Incluyendo la españolas. ¿No es en “La gran familia”, donde “Chencho” se pierde en la Plaza Mayor entre casetas de vendedores de bolas y figuras de pesebre?

En los días previos, la conversación táctica de ascensor y oficina versa sobre los planes que cada uno tiene para este corto periodo de reflexión y concienciación.

Si no tienes nido propio, con tus polluelos, es muy probable que tengas que acoplarte a otro conjunto mayor. Te obligan.

La Navidad me parece en ocasiones una continua “rush hour” (hora punta), donde vamos acelerados de cena a fiesta, de copas de amigos a celebración familiar con suegros y cuñados, y agotamos el presupuesto en compras de regalos, sin reflexionar para qué.

El destino me ha arrastrado ya a alguna cena con amigas de festejo previo a los famosos días. Se me ocurrió comentar –por generar debate- que preferiría pasar la Navidad en alguna isla caribeña al sol, en modo meditación, que en cualquier plan habitual de “Summit” familiar.

Una de las congregadas, me espetó: “Pero vas a seguir la tradición, ya sabemos lo qué te cuesta a ti pedir, que asumes –te tragas- todo lo que te llega”.

Me escoció como el limón en el ojo. En tiempo, fue la “asertividad” mi caballo de batalla. Cumplí con cierto perfil de aceptar sin queja situaciones que no terminaban de encajarme, hasta que, cuando me cansaba, bramaba cual dragón con llama que chamusca sin contención. Pero eso ya queda lejos.

Cuánto hacemos por los demás y cuánto por nosotros mismos. Dónde está el límite del amor. Será que seguimos con nuestra cultura católica de darlo todo. El evento que estos días celebramos, hubo alguien que dio la vida por nosotros. Un mensaje de trascendencia, de ilusión y esperanza.

Esta celebración suele ser también momento de reflexión y de buenos propósitos. Revisamos cómo nos va, y nos marcamos objetivos que suponen un esfuerzo, que nos llevarán a una mejoría.

Durante años escribí mis intenciones, voluntades, determinación, en las primeras páginas de una agenda al iniciar el año. Siento emoción cuándo aún las releo.

Beethoven: “Me apoderaré del destino agarrándolo por el cuello. No me dominará”.

Reade: “Siembra un acto y cosecharás un hábito. Siembra un hábito y cosecharás carácter. Siembra carácter y cosecharás destino”.

Esas son algunas de mis frases de motivación favoritas, escritas al lado de mis buenos propósitos anuales.

En la mitología griega, las Moiras eran la personificación del destino. Vestían túnicas blancas y eran tres. Cloto, la hilandera que hilaba la hebra de la vida con una rueca y un huso. Láquesis, que medía con su vara la longitud del hilo de la vida. Átropos, era quien cortaba el hilo de la vida.

Se las representa como mujeres hieráticas, melancólicas y severas. Curioso que sean mujeres las dueñas del destino.

Cuán lejos está nuestra concepción cristiana del esfuerzo de la visión fatal mitológica.

En Navidad, prefiero imaginarme a mis Moiras como alegres compañeras de viaje, que otean mi empeño por mejorar, por compartir, también por pedir.

Dijo Einstein “tendremos el destino que nos hayamos merecido”.

Estas fiestas, espero pasarlas en amor, en familia, meditando cómo apoderarme de mi azar o fortuna.

“Ama como puedas, ama a quien puedas, ama todo lo que puedas. No te preocupes de la finalidad de tu amor.” Amado Nervo (1870-1919) Poeta, novelista y ensayista mexicano.

Crisol resquebrajado

11 noviembre, 2015 2 comentarios

 

Todavía Mecano era un grupo, cantaban juntos y yo me sabía todas sus canciones, que sonaban recurrentemente en el “cassette” de mi coche, cuando conocí New York.

Subí a todos los edificios con “miradores” para otear la ciudad desde distintos ángulos, y aluciné en las “Twin Towers”, que dominaban la zona financiera. Recuerdo que ese día era mi primer cumpleaños tras salir de la Universidad, el primero en que estaba ya trabajando en una multinacional. Menudo regalo. Creo que dormí feliz esa noche, en el camastro de una habitación compartida con decenas de cucarachas en una “YMCA residence” en la que me alojé.

Algunos –muchos- años después, he subido al “One World Observatory”, el Mirador de la Torre nueva que han levantado en la famosa “zona cero”. El ascensor vuela en menos de 60 segundos al piso 102, y te aseguran que es la torre más alta del “Western Hemisphery”.

Huele a resurgir. Te empapas de innovación, de eficiencia, de organización. Me enamoro de NYC cada vez que voy.

Los amiguetes que trabajan por allí, me cuentan que en Manhattan, en el ambiente laboral, hay una agresividad diferencial.

En cualquier cultura empresarial, los empleados se motivan –o desmotivan- en base a dos parámetros principalmente: oportunidad y “poder”. Eso lo dice siempre mi amiga Laura, y a mí me convence.

Si uno tiene, en su puesto de trabajo,  oportunidad de desarrollo, de aprender, de mejorar, de conseguir, estará motivado.

Si percibes que tienes “poder”, es decir, “capacidad de impactar” en tu ámbito de responsabilidad, de tomar decisiones y que se acaten, de cambiar tu entorno, eso también te motiva.

Los empleados que no ven oportunidades en su entorno, o que no son capaces de “impactar”, que no creen tener capacidad de cambiar o impactar, se desmotivan. En una multinacional y en la empresa familiar del polígono más recóndito; así es, en mi opinión, en gran parte de las ocasiones. Imagino que en NYC las oportunidades atraen a perfiles que quieren crecer rápido, o que pretenden conseguir grandes cambios, de ahí la agresividad en el ambiente laboral.

Tras la adrenalina del piso 102 de la Torre, paseando me acerqué al “Meatpacking District”, barrio de moda para comer bien, inundado de grupos de “yuppies” y turistas. Eso sí, qué caro resulta beber alcohol, por eso en las “pelis” americanas, tomarse un vinito es un acto exquisito y puntual.

Encima el Barman se quejó de  mi falta de generosidad en la propina –me soltó un discurso agrio-. Dudé si contarle que los catalanes somos como los escoceses, austeros en el gasto y algunos –no es mi caso- independentistas. Pero no le vi receptivo. Ni siquiera a debatir si en su puesto de trabajo no está motivado por falta de oportunidades o de “poder”. “It’s all about money” a veces.

Para las adeptas a comedias románticas como yo, no podía faltar un paseo por Central Park el domingo por la mañana. Bajo el débil y brillante sol de otoño, pisando las hojas caídas que oscilan entre el naranja amarillento y el rojo ardiente. Sin prisa, disfrutando de las ráfagas del aire fresco. Qué momentos más felices. Ahí, los mismos “yuppies”, debidamente equipados para el “running” o la bicicleta. Trabajar, gastar, deporte. Ese es el ciclo.

La ciudad, en ciertas zonas, parece un crisol, pero no lo es. En Broadway, Times Square, tropiezas con individuos diversos en colores, atuendos, aspectos, posibilidades y dinero. Pero no se mezclan.

En los restaurantes de moda,  o en Central Park corriendo, hay mayoría de blancos.

Casi todos los camareros que encontré eran inmigrantes hispanos, jóvenes mejicanos con pocos años de residencia en la gran manzana. Los amigos que viven por allí, se relacionan principalmente con algunos –pocos- europeos, y con latinos.

Un crisol es un recipiente que se usa en los hornos para recibir el metal fundido. Donde se generan aleaciones en las que la emulsión tiene propiedades nuevas, y no se identifican claramente los metales originales.

New York es más bien un hojaldre, milhojas, con capas de nata, crema, chocolate, merengue, que no se mezclan, excepto que seas capaz de morder con fuerza. O quizás es un “cupcake” –de Magnolia- donde el chocolate es de color azul y el bizcocho rojo. Merece la pena.

Cerca del abismo

8 octubre, 2015 Dejar un comentario

Cuando llegué a Madrid, primavera del 95, no conocía casi a nadie. Me sobraban todos los dedos de una mano para contar los amigos.

Me vine con ilusión por ampliar horizontes. Nunca he sido de sorber con pajita, yo soy de los que devoran la vida a bocados, o se beben la copa de vino de un solo trago.

Los primeros meses no fueron fáciles; No encontraba con quién irme al cine o tomarme una pizza los domingos. Una buena amiga de mi otra ciudad, me insistía en que buscara contactos de “chicos que buscan chica para una relación seria” en las revistas de ocio de aquéllos tiempos. Incluso llegó a escribir en mi nombre. Casi la mato. Aunque valoré su cariño.

Cómo ha cambiado el cuento. Hoy tenemos decenas o cientos de amigos en Facebook. Son relaciones virtuales, que nos permiten sentirnos “acompañados”, compartir ideas o momentos. Parece que les importamos.

Las herramientas de mensajería –wassup – facilitan la comunicación –dicen-, nos interrumpen de forma constante, amenizan las comidas familiares, invaden las horas de descanso. Lo curioso es que cualquier conocido que tiene tus datos de contacto te remite ideas sucintas, rápidas, reclamando tu respuesta inmediata. Bailan los “emoticonos” para compensar la falta de emoción, de realidad.

En auge también están las plataformas de contactos. Aunque algunas siguen apostando por “chico busca chica para relación seria”, la última generación que triunfa entre treintañeros son las de “búsqueda de sexo casual con desconocidos”. Lo que suele ser un “aquí te pillo”.

Debo hacerme mayor, porque me sorprende el éxito que tienen. Nos da miedo hacer “auto stop”, volver solas a casa por la noche, pero somos capaces de quedar con alguien para intercambiar fluidos y bacterias sin mediar comentario alguno.

Me he desviado. Yo empecé contando que llegué a Madrid en el 95. Ahí me convertí en catalana “errante”.

Está siendo difícil ser y sentirse catalán. Aquí, vivo en la necesidad de ir contando ciertos sentimientos, compartir la cultura o idiosincrasia que percibimos los catalanes, justificar en cierta medida, y también asumir responsabilidades sobre cómo ha evolucionado la última década en cuanto a manipulación mediática.

A los de allí, les re-discuto (muchas veces) la mayor parte de los datos que me brindan, y les pido que piensen en unión, no en diferencias. Complicado. En un par de ocasiones la conversación se ha tornado en ofensa –y yo  no soy inocente-.

Tanta discusión me ha tenido muy alterada. Muchas emociones, que me cuesta entender.

No me importa lo que opinen los desconocidos. Me leo los comentarios de los “anti sistema” de la CUP, y casi me parto de la risa, si no fuera por la trascendencia de la coyuntura. No pretendo que me entiendan. Compartimos universo y poco más. Les siento como “marcianos”.

Me impacta mucho lo que opinan mis seres queridos. Me cuesta aceptar que, en un aspecto tan trascendente, mi familia no opine lo mismo que yo.

Pienso que cada uno tiene unas vivencias muy dispares, y eso va tamizando nuestro entendimiento, nuestra razón. Pero me afecta, me altera. Y me cabreo.

Reflexiono que todo enfado es una clara demostración de impotencia. Es una declaración de incapacidad de controlar algo o alguien. Que no logro imponer mi criterio. Y pensé en escribir esto para pedir disculpas a los que ofendí. Sé que soy testaruda.

Será que el inicio del otoño –este frío repentino- me conmueve. Quizás –como dije hace poco- con la edad me vuelvo menos tolerante, y quiero imponer mi opinión. Quizás sí estoy mayor, y pierdo mi libido, porque no me apetece tener encuentros fugaces con desconocidos. Y me encanta contar historias de hace muchos años, y las siento como si fueran ayer.

En la radio sonaba Fiti, le escucho mucho, ya que somos coetáneos, y me dio la clave:

“Todo llega y todo pasa como un espejismo

Todos fuimos garabatos de nosotros mismos

Lo que queda en la mirada no es que esté escondido

Pero hay cosas que sólo se ven si pasas cerca del abismo”

El ser “errante”, en ocasiones la soledad, me permitió valorar lo que tuve y lo que gané. Hay que vivir experiencias, conocer lugares, descubrir culturas. Por eso sé que tengo la razón. Al menos la mía.

 

El amante japonés

8 septiembre, 2015 2 comentarios

Durante los años de mi adolescencia –precoz, como todos los que tenemos hermanos mayores-, sonaban en el tocadiscos de mi casa todos los cantantes protesta de esa década: Luis Llach, Raimon, María del Mar Bonet… pero la canción que más he recordado por años es “Te recuerdo Amanda”, cargada de melancolía, una canción tan simple.

Se supone que Amanda era una joven campesina, enamorada de Manuel, un obrero en el Chile radical de finales de los 60 y los 70. Uno de los grandes éxitos de Víctor Jara, artista polifacético, músico y activista político, asesinado –uno más entre cerca de 30.000- tras el golpe militar del 73.

Hace un par de semanas, huyendo del calor sofocante de este verano tórrido, me lancé de nuevo a Chile. Los Andes inmensos, infinitos, sobrecogen bajo la nieve densa, virgen. Cada vez pienso en lo mismo: Qué aislado está el país, qué recoleto, entre la cordillera espectacular y el Pacífico.

En este viaje, pregunté a mis conocidos por Amanda, por la situación del país, para entender cómo se curan las cicatrices de un periodo tan difícil y aún reciente como fue el golpe del 73 y la dictadura de Pinochet hasta el 90.

Mis preguntas generaron incomodidad –¡cuánto lo siento!-, y me dieron a entender que el episodio sigue generando división entre las capas sociales, entre los grupos ideológicos, y que las emociones se temen a flor de piel. Sí, se temen.

Chile, como otros países de la región, sufrió –hablo de inicios del siglo XX- una sucesión de gobiernos de distintos colores ideológicos incapaces de generar crecimiento, de fomentar la educación o de contener la corrupción.

El éxito de la revolución cubana enardeció el subcontinente, alentando el desarrollo de las teorías comunistas. La falta de oportunidades, las diferencias sociales abrumadoras, el subdesarrollo, la ignorancia, son caldo de cultivo que permiten a las ideologías tornarse en extremismos, se radicalizan.

Allende fue presidente en el 70 con el 36% de los votos (Alessandri, Democracia Cristiana, 34,9%) y se lanzó a un proceso de nacionalización, de reforma agraria – expropiaciones, de estatización, pasando por alto en ocasiones al Congreso, que conducen a la violencia entre hermanos. De ahí al golpe de estado, a los asesinados. Ni unos son tan buenos ni los otros son tan malos. Todos somos responsables de lo que ocurre en un momento dado, por acción u omisión. Lo siento por Amanda, algunos siempre son inocentes.

Pienso en la reciente primavera árabe, en la que hemos “contemplado” tomas de poder de gobiernos que habían sido elegidos “democráticamente”, y casi hemos suspirado y nos ha tranquilizado. Curioso.

Regresando de Chile, de Amanda, en las trece horas de viaje me leo “El Amante Japonés”, última novela de Isabel Allende.  Hay ocasiones en que el círculo se cierra.

Creo que me he leído la mayoría de sus novelas. Unas algo trascendentales, otras livianas, mucho más comerciales. A pesar de las críticas atroces de algunos colegas de su profesión, es la escritora –viva-  en lengua española más leída del mundo.

Isabel Allende –sobrina del Presidente nombrado- ha transitado por Chile, Venezuela –su exilio- hasta vivir en Sausalito, lleno de color y luz, al sur de San Francisco, mirando el mar, donde fue distinguida por la Academia de las Artes y las Letras de USA.

A sus 73 años, en este libro, simple y ameno como la canción de Amanda, Isabel nos habla de la pasión y de la vejez.

«A los veintidós años, sospechando que tenían el tiempo contado, Ichimei y Alma se atragantaron de amor para consumirlo entero, pero mientras más intentaban agotarlo, más imprudente era el deseo, y quien diga que todo fuego se apaga solo tarde o temprano, se equivoca: hay pasiones que son incendios hasta que las ahoga el destino de un zarpazo y aun así quedan brasas calientes listas para arder apenas se les da oxígeno.»

La pasión como motor de la vida. La familia, como bálsamo al desarraigo, a la angustia que genera la soledad.

En la vejez, la necesidad imperiosa de sentirse “ligero”, de despojare de todo lo que no es relevante, como preparación a un tránsito ordenado.

Termino el libro en el avión y me sorprendo. Mi “propósito” para este nuevo año, siguiendo la teoría de Marie Kondo, autora de “La magia del orden”, es despojarme de todo lo material que no me aporta, es más, me confunde y me supera. Todo me encaja. Será que viajar abre la mente, como las ventanas de par en par, para que fluya la tolerancia, para expulsar todo lo que no me emociona.

 

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Sobre mí

Corazón compartido entre Cataluña, por nacimiento y Madrid por adopción. Consultora de profesión, en tecnología y en personas, buen mix. Actualmente, soy socio en Pedersen&Partners Más sobre mí

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