Lo mejor de la Navidad son los cuentos, que siempre terminan bien. En todas las películas navideñas sucede un Milagro. Incluyendo la españolas. ¿No es en “La gran familia”, donde “Chencho” se pierde en la Plaza Mayor entre casetas de vendedores de bolas y figuras de pesebre?
En los días previos, la conversación táctica de ascensor y oficina versa sobre los planes que cada uno tiene para este corto periodo de reflexión y concienciación.
Si no tienes nido propio, con tus polluelos, es muy probable que tengas que acoplarte a otro conjunto mayor. Te obligan.
La Navidad me parece en ocasiones una continua “rush hour” (hora punta), donde vamos acelerados de cena a fiesta, de copas de amigos a celebración familiar con suegros y cuñados, y agotamos el presupuesto en compras de regalos, sin reflexionar para qué.
El destino me ha arrastrado ya a alguna cena con amigas de festejo previo a los famosos días. Se me ocurrió comentar –por generar debate- que preferiría pasar la Navidad en alguna isla caribeña al sol, en modo meditación, que en cualquier plan habitual de “Summit” familiar.
Una de las congregadas, me espetó: “Pero vas a seguir la tradición, ya sabemos lo qué te cuesta a ti pedir, que asumes –te tragas- todo lo que te llega”.
Me escoció como el limón en el ojo. En tiempo, fue la “asertividad” mi caballo de batalla. Cumplí con cierto perfil de aceptar sin queja situaciones que no terminaban de encajarme, hasta que, cuando me cansaba, bramaba cual dragón con llama que chamusca sin contención. Pero eso ya queda lejos.
Cuánto hacemos por los demás y cuánto por nosotros mismos. Dónde está el límite del amor. Será que seguimos con nuestra cultura católica de darlo todo. El evento que estos días celebramos, hubo alguien que dio la vida por nosotros. Un mensaje de trascendencia, de ilusión y esperanza.
Esta celebración suele ser también momento de reflexión y de buenos propósitos. Revisamos cómo nos va, y nos marcamos objetivos que suponen un esfuerzo, que nos llevarán a una mejoría.
Durante años escribí mis intenciones, voluntades, determinación, en las primeras páginas de una agenda al iniciar el año. Siento emoción cuándo aún las releo.
Beethoven: “Me apoderaré del destino agarrándolo por el cuello. No me dominará”.
Reade: “Siembra un acto y cosecharás un hábito. Siembra un hábito y cosecharás carácter. Siembra carácter y cosecharás destino”.
Esas son algunas de mis frases de motivación favoritas, escritas al lado de mis buenos propósitos anuales.
En la mitología griega, las Moiras eran la personificación del destino. Vestían túnicas blancas y eran tres. Cloto, la hilandera que hilaba la hebra de la vida con una rueca y un huso. Láquesis, que medía con su vara la longitud del hilo de la vida. Átropos, era quien cortaba el hilo de la vida.
Se las representa como mujeres hieráticas, melancólicas y severas. Curioso que sean mujeres las dueñas del destino.
Cuán lejos está nuestra concepción cristiana del esfuerzo de la visión fatal mitológica.
En Navidad, prefiero imaginarme a mis Moiras como alegres compañeras de viaje, que otean mi empeño por mejorar, por compartir, también por pedir.
Dijo Einstein “tendremos el destino que nos hayamos merecido”.
Estas fiestas, espero pasarlas en amor, en familia, meditando cómo apoderarme de mi azar o fortuna.
“Ama como puedas, ama a quien puedas, ama todo lo que puedas. No te preocupes de la finalidad de tu amor.” Amado Nervo (1870-1919) Poeta, novelista y ensayista mexicano.