Durante los años de mi adolescencia –precoz, como todos los que tenemos hermanos mayores-, sonaban en el tocadiscos de mi casa todos los cantantes protesta de esa década: Luis Llach, Raimon, María del Mar Bonet… pero la canción que más he recordado por años es “Te recuerdo Amanda”, cargada de melancolía, una canción tan simple.
Se supone que Amanda era una joven campesina, enamorada de Manuel, un obrero en el Chile radical de finales de los 60 y los 70. Uno de los grandes éxitos de Víctor Jara, artista polifacético, músico y activista político, asesinado –uno más entre cerca de 30.000- tras el golpe militar del 73.
Hace un par de semanas, huyendo del calor sofocante de este verano tórrido, me lancé de nuevo a Chile. Los Andes inmensos, infinitos, sobrecogen bajo la nieve densa, virgen. Cada vez pienso en lo mismo: Qué aislado está el país, qué recoleto, entre la cordillera espectacular y el Pacífico.
En este viaje, pregunté a mis conocidos por Amanda, por la situación del país, para entender cómo se curan las cicatrices de un periodo tan difícil y aún reciente como fue el golpe del 73 y la dictadura de Pinochet hasta el 90.
Mis preguntas generaron incomodidad –¡cuánto lo siento!-, y me dieron a entender que el episodio sigue generando división entre las capas sociales, entre los grupos ideológicos, y que las emociones se temen a flor de piel. Sí, se temen.
Chile, como otros países de la región, sufrió –hablo de inicios del siglo XX- una sucesión de gobiernos de distintos colores ideológicos incapaces de generar crecimiento, de fomentar la educación o de contener la corrupción.
El éxito de la revolución cubana enardeció el subcontinente, alentando el desarrollo de las teorías comunistas. La falta de oportunidades, las diferencias sociales abrumadoras, el subdesarrollo, la ignorancia, son caldo de cultivo que permiten a las ideologías tornarse en extremismos, se radicalizan.
Allende fue presidente en el 70 con el 36% de los votos (Alessandri, Democracia Cristiana, 34,9%) y se lanzó a un proceso de nacionalización, de reforma agraria – expropiaciones, de estatización, pasando por alto en ocasiones al Congreso, que conducen a la violencia entre hermanos. De ahí al golpe de estado, a los asesinados. Ni unos son tan buenos ni los otros son tan malos. Todos somos responsables de lo que ocurre en un momento dado, por acción u omisión. Lo siento por Amanda, algunos siempre son inocentes.
Pienso en la reciente primavera árabe, en la que hemos “contemplado” tomas de poder de gobiernos que habían sido elegidos “democráticamente”, y casi hemos suspirado y nos ha tranquilizado. Curioso.
Regresando de Chile, de Amanda, en las trece horas de viaje me leo “El Amante Japonés”, última novela de Isabel Allende. Hay ocasiones en que el círculo se cierra.
Creo que me he leído la mayoría de sus novelas. Unas algo trascendentales, otras livianas, mucho más comerciales. A pesar de las críticas atroces de algunos colegas de su profesión, es la escritora –viva- en lengua española más leída del mundo.
Isabel Allende –sobrina del Presidente nombrado- ha transitado por Chile, Venezuela –su exilio- hasta vivir en Sausalito, lleno de color y luz, al sur de San Francisco, mirando el mar, donde fue distinguida por la Academia de las Artes y las Letras de USA.
A sus 73 años, en este libro, simple y ameno como la canción de Amanda, Isabel nos habla de la pasión y de la vejez.
«A los veintidós años, sospechando que tenían el tiempo contado, Ichimei y Alma se atragantaron de amor para consumirlo entero, pero mientras más intentaban agotarlo, más imprudente era el deseo, y quien diga que todo fuego se apaga solo tarde o temprano, se equivoca: hay pasiones que son incendios hasta que las ahoga el destino de un zarpazo y aun así quedan brasas calientes listas para arder apenas se les da oxígeno.»
La pasión como motor de la vida. La familia, como bálsamo al desarraigo, a la angustia que genera la soledad.
En la vejez, la necesidad imperiosa de sentirse “ligero”, de despojare de todo lo que no es relevante, como preparación a un tránsito ordenado.
Termino el libro en el avión y me sorprendo. Mi “propósito” para este nuevo año, siguiendo la teoría de Marie Kondo, autora de “La magia del orden”, es despojarme de todo lo material que no me aporta, es más, me confunde y me supera. Todo me encaja. Será que viajar abre la mente, como las ventanas de par en par, para que fluya la tolerancia, para expulsar todo lo que no me emociona.